lunes, 27 de diciembre de 2010

EL HUÉSPED

La noche era demasiado calurosa como para poder dormir, daba vueltas y lo único que conseguía era empaparse más del sudor que impregnaba las sábanas de su cama… ah, su cama… una cama que antaño había estado ocupada y que ahora nunca jamás volvería a estarlo…

Otra oleada de calor; siempre que pensaba en Luis le entraba el calor y ahora ya no sabía si era por la bochornosa temperatura o porque no había podido superar la misteriosa muerte de su marido hacía ya dos años. El recuerdo de su pañuelo bordado tendido en el suelo, le atormentaría el resto de su vida… aquello fue lo único que quedó de él, todo lo demás se fue, desapareció, la abandonó. Se levantó, sus hijos dormían plácidamente ajenos a todo lo que a ella le atormentaba, mejor, puestos a que duela… que sólo le duela a uno.

Desvelada, bajó las chirriantes escaleras de aquella casa centenaria rumbo a la cocina a ver si el estómago lleno le ayudaba a dormirse, pero algo alteró la normalidad de sus noches de insomnio; al chirrido de la despensa le acompañaron unos golpes a la puerta. Fue al recibidor dudosa de estar soñando, abrió sin ánimo de encontrar a nadie y allí estaba: El hombre más hermoso que había visto jamás, cada vez estaba más convencida de encontrarse en un sueño… parecía algo sobrenatural, con la piel pálida, los ojos profundos, negros  y el pelo castaño que ondeaba distraído enmarcando una cara cuadrada pero  suave, era alguien misterioso, pero paradójicamente algo la empujaba a confiar en él. Cuando consiguió salir de su admiración preguntó automáticamente a aquel hombre qué deseaba y acertó al suponer que lo que quería era simplemente comida y cama para un tiempo, debía realizar un trabajo e iba a necesitar su caridad.

Calor, las sábanas pegadas al cuerpo… pero había luz, había salido el sol, y ella se había dormido sin saber cómo. Se levantó acelerada, recordando el sueño y al atractivo hombre de media noche, pero no había nadie… sí, debió ser un sueño… Entonces oyó risas en el jardín: los niños, tan temprano y correteando. Se asomó a la ventana para llamarlos y allí estaba… Sí, él, casi más deslumbrante que la noche anterior y jugando con sus hijos. Aquel gesto de simpatía la empujó a acceder a lo que él pedía, le sustentaría un tiempo, el que necesitara.

A pesar de su particularidad, la compañía que le ofrecía era agradable, pasaron días hablando, riendo, jugando con los niños…. Era el hombre perfecto y, aunque todavía le dolía, casi había adquirido el papel de Luís…

No sabía lo que sentía pero creía que en poco tiempo el misterioso huésped había sido capaz de penetrar en la coraza que le había impuesto a su corazón. Su vida había cambiado por completo, ahora había dejado el mundo de las sombras y de la tristeza para volver a ver la luz. Lo único que sabía de aquel hombre era que había llegado para cumplir con una obligación y que cuando lo hiciera se marcharía.

Era precisamente eso lo que más le asustaba. Se despertaba cada mañana con sentimientos contrapuestos: quería empezar un nuevo día con él, pero temía que ya no estuviera.

No pasó mucho más tiempo hasta que sus peores sospechas se vieron cumplidas. Una noche, entre una deliciosa cena, bromas y risas dijo: Mañana al alba, me voy. No supo cómo reaccionar y lloró­. Lloró tanto que podría haber inundado una habitación si no hubiera hecho uso del pañuelo de su marido, aquel último recuerdo al que se aferraba cuando la desesperación la desgarraba y la torturaba, previamente sus lágrimas se debían a su marido. Ahora a su nuevo amor…

La luz. Otra vez se había quedado dormida sin darse cuenta y ya había amanecido, pero esta vez era consciente que se había dormido entre lágrimas. Tal como hizo la primera noche que le conoció se dirigió a la cocina… pero esta vez no para dormir, para olvidar… Pasó como siempre por el cuarto de los niños, pero algo había cambiado: ¡Sus camas estaban vacías! La desesperación la abordó nuevamente; fue a la cocina: tampoco, al salón, al jardín, a la galería, a la buhardilla… y no… ahora sí había desaparecido todo lo que la mantenía con vida...

Cuando volvió a la habitación descubrió su pañuelo, perfectamente colocado encima de la cama, casi planchado con un mensaje escrito en sangre: “Ya terminé mi cometido, me voy… pero no desesperes, no tardaremos en vernos...”

La tristeza la conmocionó, la sedó… pero en un halo de lucidez descubrió que no se equivocó al sospechar que aquel hombre parecía sobrenatural. Lo era. Y si todavía le quedaba cuerda en la buhardilla él tenía razón: No tardarían en verse.
María Batalla






1 comentario:

  1. Me ha costado la vida, pero ya lo he terminado de leer. Por fin.

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